Los rubios cabellos de Helena, parecen como hemos visto, pues, a juicio de los científicos referirse al color del trigo.
Así, una guerra de agresión por parte de los griegos, injusta, nos habla acerca de las mismas manipulaciones a pesar de los muchos siglos pasados, porque Homero hace héroes de los agresores, y en la actualidad, los medios de comunicación masiva al servicio de los intereses del agresor, realizan lo mismo. Casi nada ha cambiado en veinte y tantos siglos.
Aquiles y Odiseo son personajes de ficción.
¿Y quién es este Aquiles y quién es este Odiseo, cuyos nombres han quedado respectivamente como el ideal de héroe épico por excelencia en La Ilíada, y como título de la obra La Odisea.
Aquiles es el “responsable” según los especialistas, de conformar el eje temático de La Ilíada, ya que su cólera, resultado de ser agraviado por sus semejantes, los otros reyes, hace que se retire del combate contra los troyanos y por tanto, que los griegos sufran derrota tras derrota, porque él es el antemural, es decir, el mejor de todos los guerreros. De eso se trata esta obra, de los momentos que la leyenda de la guerra de Troya deja a la posteridad como el abandono momentáneo de su héroe y de las consecuencias que esto trae para el resto de los combatientes que sitian Ilión. Homero arcaiza, es decir, hace voluntariamente una visión arcaica de los tiempos de estos héroes (véase la calificación de esta época por Hesíodo, el primer historiador griego en su libro Los trabajos y los días, que la hace conocida como la Edad de los Héroes). Homero se equivoca algunas veces, o manipula a su público tratando de decir que usaban el bronce como metal, cuando se sabe que él conoció ya el hierro –¿por cierto, vivimos todavía en la Edad del Hierro?. Es un mundo exaltado, de actitudes épicas, conductas atribuidas a los aristoi, es decir a los nobles (aristoi quiere decir los mejores... sin comentario). Es obvio que el carácter de la guerra sea olvidado, puesto que en La Ilíada vienen a combatir por “honor”: se trata de rescatar a Helena, la esposa de Menelao, quien es uno de los reyes griegos que recibió la ayuda de sus semejantes, otros reyes: Agamenón, Aquiles, Odiseo, etc.
Odiseo, o Ulises –como ya hemos dicho– es un héroe de los que participaron en el asedio y destrucción de Troya, narrado en la obra La Ilíada. Su regreso a Ítaca –asunto narrado por La Odisea– pasa por innumerables pruebas que tuvieron su origen una ofensa que hizo al dios Poseidón (Neptuno).
Tanto La Ilíada como La Odisea, fueron llevadas a la literatura escrita por orden del estadista Pericles (495-429 a.n.e.), contemporáneo de Heródoto, el autor de Historias, del dramaturgo Sófocles (La Orestíada) y del escultor Fidias, cuya colosal estatua de Zeus, hacia el 450 a.n.e. en el templo de Olimpia, es una de las siete Maravillas del mundo antiguo.
Una revisión breve en el pasado, nos enfrenta al problema de los homéridas. George Thomson por citar uno sólo de nuestros contemporáneos, en su célebre ensayo Marxismo y poesía se refiere a que “el arte declamatorio era una profesión. Los recitadores pertenecían a un gremio llamado de los homéridas, es decir, de los «hijos de Homero». Hay razón para creer que en tiempos prehistóricos estos homéridas fueron en realidad lo que su nombre indica: un clan hereditario de rapsodas profesionales que pasaban su oficio de padre a hijo.” [1]
Dos cosas, la primera, que el arte literario comenzó siendo al parecer compartido entre la literatura oral y la literatura escrita; Homero fue llevado por estos “homéridas”, a causa del encargo de Pericles, a la palabra escrita en el siglo V a.n.e. ; es decir, estuvo en la oralidad durante varios siglos y la tradición en la escritura actuó sobre La Ilíada y La Odisea, muchos más: venticinco hasta hoy; la segunda cosa, que la transmisión de estos conocimientos, tanto por los Homéridas, como por los escribas posteriores, tuvo que implicar una pedagogía de los procedimientos de creación literaria, ya fueran orales o escritos y porque en ello iban no solamente un prestigio de producto, sino su valor como medio de vida. Una tercera: el problema es que en cuanto a La Ilíada y La Odisea, se trataba de aprender y conservar ambas obras, intactas. ¿Y es que ésto tuvo feliz término? ¿No llegó al artista-conservador de la obra, la tentación de perfeccionarla? ¿Es que no hubo errores de transmisión, omisiones involuntarias, pérdidas?.
De todas formas, el aprender implicó dividir la obra literaria convertida en patrimonio familiar, del gremio, o del clan, y tal vez, analizarla, si bien con el objetivo de memorizar su texto para después recitarla delante de un público. Pero había, sin dudas, que tener una visión de totalidad.
Lo que después se llamaría libro, estuvo vivo en los rapsodas como Homero o sus “homéridas”; cada uno de ellos pudo componer un libro, y tenerlo en la memoria, así como tenía otros que no le pertenecían por derecho de creación. El rapsoda era una biblioteca ambulante. Libro, biblioteca y artista-subtracto de la obra de arte literario, eran la misma cosa. El libro de pergamino o de papel, copiado y luego, impreso, le sustituiría lentamente, y ese proceso determinaría muchas diferencias en la concepción de las obras de arte literario, sobre todo, en el problema del reconocimiento de los autores. El mismo Homero sufre las consecuencias pues, durante cerca de dos siglos, se ha dudado de su paternidad en relación con La Odisea.
Un nuevo elemento añade contemporaneidad a la guerra de Troya y sus dos obras celebérrimas: un reciente filme, titulado Troya, del año 2004, con Brad Pitt como Aquiles, y otros… renueva el interés por un mundo que parecía muerto y olvidado.
La universalidad de las obras literarias parece estar en su rayana libertad de re-crear sus respectivas contemporaneidades: ¿acaso la guerra de Troya fue tal y como la vio Homero?