Sócrates se definía a sí mismo como ignorante: “Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento"
El padre de la filosofía occidental decía que la verdadera inteligencia no se enseña, sino que se recuerda desde el alma.
Actualizado a 21 de noviembre de 2025 · 16:53 · Lectura:4 min
La frase que adornaba el templo de Apolo en Delfos “γνῶθι σεαυτόν” (gnōthi seautón, que significa 'conócete a ti mismo') fue para Sócrates mucho más que un lema religioso: fue el principio fundamental sobre el que construyó toda su filosofía. Según el filósofo ateniense, conocerse a uno mismo lejos de ser meramente un acto de introspección superficial, era una vía hacia la verdad más profunda: “Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento”. Esta, pese a no ser una frase dicha por él mismo, puesto que no se conserva ningún vestigio escrito de su pensamiento, ha sido interpretada históricamente como ejemplo de su pensamiento.
A diferencia de los sofistas como Protágoras, Gorgias o Hipias, que cobraban por sus servicios y afirmaban saberlo todo, Sócrates se definía a sí mismo como ignorante. Pero no por falsa modestia, o porque pensaba que no sabía nada en esencia, sino porque entendía que la sabiduría comenzaba con el reconocimiento de la propia ignorancia. Que a partir de este punto el individuo era consciente de sus limitaciones dentro de la enormidad que representa el conocimiento en sí mismo. Esta humildad intelectual también caracterizaría las ideas de Platón, como excelso seguidor del filósofo Sócrates.
La teoría de la anamnesis
La epistemología socrática se basa en la idea de que el alma humana ya posee el conocimiento, pero lo ha olvidado. En el diálogo 'Menón' (en el que Platón explora la naturaleza de la virtud con una discusión entre Menón y Sócrates), por ejemplo, Sócrates demuestra esta tesis interrogando a un esclavo analfabeto hasta que logra deducir por sí mismo un teorema geométrico. ¿Cómo pudo alguien sin educación descubrir una verdad matemática como esa? Porque, según Sócrates, el conocimiento estaba dormido en su alma.
Este concepto, conocido como anamnesis (recuerdo), sostiene que aprender no es adquirir algo nuevo, sino recordar lo que ya habita en nosotros. Esta idea desafía la noción tradicional del aprendizaje como acumulación externa: el maestro no transmite verdades, sino que las hace emerger en el alumno mediante el diálogo.
Sócrates comparaba su labor filosófica con la de su madre, que era comadrona. Así como la comadrona ayuda a dar a luz, él ayudaba a “parir” ideas mediante la mayéutica, un método basado en preguntas cuyo objetivo es desmontar las falsas creencias y, por el camino, llegar al conocimiento interior.
Sabiduría e introspección: el alma como fuente de verdad
Según Platón, Sócrates no corregía ni sermoneaba; más bien, interrogaba con humildad, dejando que sus interlocutores se enfrentaran a sus propias contradicciones intentando alejar la imposición de ideas o respuestas y provocando una reacción interna tomando conciencia de las propias verdades de uno mismo.
De esta manera, la inteligencia no se medía por la rapidez mental ni por la cantidad de datos memorizados. El sabio no es quien acumula, sino quien comprende. Y comprender requiere mirar hacia adentro. Saber que no se sabe es el primer paso hacia el saber auténtico. De ahí que en vez de enseñar verdades absolutas, este filósofo clásico se dedicó a examinar su vida y la de los demás, revisando constantemente creencias, valores y acciones.
Es una forma de inteligencia moral que se cultiva con la experiencia y la reflexión continua, como quien aprende a nadar o a tocar un instrumento. Gracias a esta forma de caminar hacia la sabiduría, es un objetivo alcanzable por todo el mundo, aunque lo hagamos de forma imperfecta. La virtud no es un don reservado para unos pocos iluminados como pensaban los sofistas, sino una destreza que todos podemos desarrollar mediante la razón, la introspección y la práctica deliberada del bien.
UN LEGADO VIGENTE
Sócrates nos recuerda que que la inteligencia no es velocidad mental, ni repetir datos, ni acumular títulos académicos, sino la capacidad de cuestionarse; siendo conscientes en todo momento de que la sabiduría no se enseña, sino que se despierta. Más de 2.400 años después su muerte (a causa de un suicidio forzado con cicuta cuando contaba con 71 años aproximadamente), su voz su antigua sabiduría parece más necesaria que nunca.