Resiliencia
Ella era casi “perfecta”: culta, inteligente
y hasta atractiva, a su manera.
Cada vez que el mundo pretendía romperla en mil girones,
una y otra vez
ella cosechaba las mejores piezas:
los premios, los títulos,
los amigos, el hogar
sus libros,
y secretas aventuras.
Al paso del tiempo, de cuando en vez volteaba la cabeza y apartaba las astillas sangrientas:
aquí, la decepción de Telémaco,
allí, la diáspora familiar y la ausencia de Ulises,
acullá, la indiferencia del padre y
la insaciable competencia materna,
o peor, en el recodo del camino,
la de sus amigos,
por ser ella, siempre,
irremediablemente, la “perfecta”.
No se quejaba.
Sonreía urbana y condescendiente,
continuaba eligiendo las “óptimas decisiones”,
seguía recogiendo las ya escasas mejores piezas;
se estudiaba, se reconstruía,
tejía en soledad la tela de su experiencia,
convertida al final en un abigarrado tapiz,
hecha solo de costurones y cicatrices.
Aprendió a estar completa,
demasiado completa,
sin curiosidad,
lentamente todo,
muy lentamente todo.
Escuchó por última vez los aplausos…
y se dejó ir.