Cultura, humanismo e identidad nacional. En ocasión del Día de la Cultura Cubana 20 de octubre del 2025
Por la Dra en Ciencias Filológicas Marcia Losada y el Mtro en Arte Alejandro Cánovas
(Este documento es una versión sintética y por tanto fragmentaria, de nuestra ponencia “Transhumanismo, Cultura y Lingüística” leída por la Dra Marcia Losada en la XIII Conferencia Internacional Lingüística 2024, La Habana, 20-22 de noviembre de 2024)
El homo sapiens sapiens se comprende regido por un evolucionismo de causas, consecuencias culturales y azares, que funcionalmente se manifiestan en la vida cotidiana con laxitud no lineal, y que como tal, deben no solo ser codificadas y leídas sino también interpretadas.
El actual ser humano necesita producir y ejercer gobernanza en los flujos de información, que le permiten asomarse como actor al mundo web, que a su vez lo incentiva a conocer nuevas culturas y atisbar también a un mundo real descubierto en su multiversión: necesita no solo entender la información sino interpretar la intención de quien la emite o emitirla el mismo de forma eficiente. […] Hasta donde podemos avizorar, el ser humano genera conscientemente o inconscientemente cultura y debe de tener también un lenguaje intencional para conocer, modelar, codificar, comunicar de manera eficiente.
Producir cultura y codificar-emitir en función del conocimiento y la comunicación simultáneamente son dos condiciones necesarias de la ontología del ser humano como sistema abierto, ya sea… un humano modificado o no… por lo que también en el transhumanismo las diversas disciplinas deben converger a través de las formas de saber necesarias, para avalar y desarrollar estas dos aptitudes y adoptarlas, digamos que filosóficamente, al espíritu de época a que aspira el transhumanismo.
El idioma, elemento basal de una cultura dentro de una zona geopolítica en sus realizaciones normadas, registradas, estilísticamente marcadas, jergas y fraseologismos resulta claro ideologema para identificar la idiosincrasia de una nación, y a su vez, el habla es marcador individual dentro de un determinado orden social, que constituye dentro del tejido, una indeleble huella para la reconstrucción individual del sujeto.
[…] Para construir sentido el sujeto tiene en cuenta estos significados portados por los rasgos semánticos en sus componentes físicos, intelectuales, sociales, emocionales, espirituales… es decir, todos los factores que según su visión del mundo concatenan los textos en sí en relaciones transtextuales dentro de una cultura.
Cultura es, o, debe ser, para un individuo, la suma en calidad y cantidad de conocimientos adquiridos. De forma tal que, habida cuenta del inmenso desarrollo y extensión de los dominios del saber en la actualidad, basta con que un especialista, un estudioso, una persona autodidacta, adquiera una maestría tal en su campo de acción que le permita enajenarse de él, reflexivamente, hacia otros campos de acción, para que afirmemos que este individuo posee una cierta “cultura”.
Sin embargo, como esto no es suficiente, incluimos en la definición de cultura, la posición actual política e ideológica de los hombres como entes privados, y la posición del Estado como representante jurídico, las conductas y medios que las expresan, así como toda teoría o reflexiones sobre los dominios tradicionales del conocimiento, por ejemplo: arte, ciencia, filosofía, religión, ética, estética, economía, ideología, jurisprudencia, etc. y todo el saber cotidiano, con valor para la vida psíquico-biológica y social de los seres humanos. Este enfoque es seguramente histórico...
A partir de aceptar la vigencia y predominio en un período de determinado campo semántico de un concepto, ahora añadimos igualmente que cultura es una noción que recoge, desde un punto de vista cognoscitivo, las variadas formas en que se expresa el universo de las ideas de una sociedad sobre sí misma; así cada reflexión sobre cada acto social, está acompañada por esa visión varias veces milenaria.
Dicho de otro modo, el pensamiento y los actos que lo hacen realidad, heredados gracias a la educación son, de hecho, cultura. Y esto, de acuerdo con el nivel de acceso social a un cierto modelo de cultura por los individuos... porque no hay homogeneidad ni entre las personas, ni entre las distintas sociedades que coexisten hoy en el planeta.
De esta forma se hace evidente que la idea de cultura tiene mucha relación con la Utopía social que la sostenga: ya individual, ya de grupo, ya de Estado.
En función de presentar nuestra visión del transhumanismo como filosofía proponemos aquí entender la cultura como el producto humano holopráxico de mayor complejidad en su autoorganización en el que el hombre crea un entrelazamiento de textos . En percepción y acciones (consciente o inconscientemente), la cultura, producto modelado de la mente –pues es la mente quien la crea y la consciencia quien la conserva– selecciona y transmite en su imaginario social a partir de un yo individual-colectivo. La cultura resulta, a la vez, proceso en el que el hombre mismo es recreado. Mediante el tejido cultural el ser humano, formante basal del tejido, resulta capaz de integrar holopraxicamente un conjunto de conocimientos especializados o no: tradiciones, costumbres, creencias, rituales, valores, hábitos, cosmovisiones caracterizadoras de un pueblo, de una clase social, de un segmento epocal.
En la tela abigarrada de la cultura convergen y divergen, literatura, folclore, música, normas de convivencia, pintura, instituciones, organizaciones sociales, leyes, comportamientos sociales y sexuales, costumbres, modos de vestir y amar, en tanto pertenecientes a una sociedad específica y dentro de un segmento histórico especifico. Como se ve, forman parte de la cultura “productos intencionales y productos vivenciales-cotidianos”. Como respiramos, así mismo producimos cultura. Sobre la base de esta acepción afirmaremos que NO HAY NADIE IN-CULTO.
Claro que “después” jerarquizamos y privilegiamos equis marcadores culturales: proponemos y posponemos símbolos o damos mayor importancia a determinadas normas, creencias, recomponemos sistemas éticos y leyes para sustentarlos, construimos asombrosos artefactos que filtrados desde un saber prospectivo, y establecidos momentáneamente a través de los saberes de realidad y necesidad, y a menudo emergidos de la ficción, van a parar a la vida cotidiana. En los marcos de la cultura revisamos nuestra relación con el medio ambiente, las tradiciones, la diversidad… esta última con la que tanto nos cuesta coexistir en escala macro internacional y en nuestros micromundos de la épica diaria.
La construcción de cultura en general ocurre como proceso en continuum, dentro de un espacio de reflexión en cuanto a desarrollo por acumulación, permutación o restricción de valores, valores que, amparamos, promovemos o condenamos mediante el ejercicio de la justicia (o de la injusticia). La cultura es creada, asimilada, consensuada o aprendida dentro de los diferentes subconjuntos culturales, en los cuales, a su vez, dichos subconjuntos son refrendados por diferentes instituciones o grupos con intereses similares (o en los casos más terribles, todavía se pretende instaurar cultura por imposición ideológica) y son estos subconjuntos, a su vez, reguladores de conductas y creaciones científico-técnicas, artísticas filosóficas y accionales dentro de la vida cotidiana.
Todo lo anterior, es filtrado, interpretado o entendido, intercambiado, dentro de normas discursivas veredictivas de sanción-permisión; en unas culturas se promueve la inclusión, la empatía, el colectivismo. la solidaridad, en otras es motor de avance avalado por los microsistemas de reglas ad hoc, el individualismo, la competitividad –en la que casi todo es lícito– la sectorización, y, además, la ambición es aceptada como emoción catalizadora positiva.
La identidad nacional dentro de un sistema cultural se construye en fuerte vínculo con el concepto que los sujetos tienen de la otredad, para edificar el ya mencionado conjunto de veredicciones, lo cual resulta capital para sentirse incorporado o excluido de un determinado sistema identitario. Claro que, no es lo mismo cultura que identidad, esta última se encuentra modelada y sostenida, además, por el conjunto de componentes subjetivos, que complementan el paisaje interior del SER, y que no siempre en el sujeto, asumido como individualidad, resulta equivalente al conjunto de atributos, ideas, tradiciones, costumbres que caracterizan culturalmente a todo un pueblo. Pero bien, dentro del crisol cultural es que se forja dicha identidad, es decir, se tienden o truncan puentes de diálogo desde el carácter individual, la sensación de seguridad y pertenencia común, sin la cual no se movilizan los sujetos, no hay desarrollo sostenible, ni cambio social positivo.
La cultura de un país o región debe de dar cabida a todos los protagonistas de ideas (esta cohesiona o divide), a los líderes, especialistas, jefes, ejecutores individuales, ciudadanos en cualquier rol actoral, y a las obras todas, pues son ellas parte constitutiva en la dinámica de las relaciones transtextuales, las que muestran el pensamiento y la percepción de cada mirada sobre el entorno, desde una óptica, que con lógica resultante ES POLIVALENTE en sus proposiciones.
Esa sinceridad cultural inclusiva debe de ser cuidadosamente atesorada, y para que alcance una plenitud de impacto, debe de ser explicada por la educación y encauzada según los intereses de las relaciones ciudadanas (políticas), ya que es a través de la totalidad de esas obras culturales que construye realidades percibidas, objetivadas con algún propósito y edifican aun como contrarios semánticos, la consolidación duradera que conlleva lo emergente, y a su vez, es lo que probadamente cimenta la cristalización de la mencionada idiosincrasia nacional y sentimiento patrio.
La cultura en cuanto a modelación mental colectiva e individual –tal cual hemos enumerado– resulta en un porciento no desdeñable pensamiento intencional.
El texto cultural resultante y coherente en su diversidad debe de ser entendido partiendo de su significado como un entretejido dinámico, un entrelazamiento al que habría –o no– que otorgarle sentido, ya bien por producción-recepción o ya por interacción dentro de la dinámica de las relaciones transtextuales, en la relación inclusiva a la que apunta la holopraxis, como escenario pragmático de la cultura.