Fantasía final
Para mi amigo Stitch.
Avanzo entre las brumas de la tercera edad,
y persisto, porque soy una persona soleada,
rebelde a la resignada mediocridad
aparejada a los años vividos intensamente.
Me sujeto al abismo de una partícula de sueño,
persisto en seguir formando raza aparte,
haciendo último gesto de espíritu con mis versos.
Innumerables signos me advierten:
la cicuta de Sócrates,
la hoguera encendida a Giordano Bruno,
los diálogos de Platón o de Montaigne,
el Aquiles de Patroclo, el Werther de Carlota,
el Dante ignorado por Beatriz.
Me cuido —lo que puedo— del Yago del Bardo inmortal;
recorro el Partenón —de nuevo, por última vez—
(pues no habré ido nunca)
desmenuzando cada página de libro.
Todavía me estremezco ante algún que otro David,
y miro con asombro el renovado festín de todos los Dioses,
(no la Cena, sino el cuadro del holandés Bijlert).
Bajo la luz engañosa de mis vitrales zurcidos,
hago un guiño cómplice a la Mona Lisa
y suelto lastres de añejos residuos
(místicos, dialécticos, argumentos de hipótesis legítimas).
Finalmente, desciendo a mi humanidad
en un esfuerzo continuo;
salgo a buscar el único pan que me asignan,
montada en mi Rucio.
Así recuerdo, me recuerdo,
que tengo mi lugar prescindible de fallido equilibrio bioquímico,
en nuestro sistema solar.