De los nombres de Dios[1]
No como ellos.
Correteando, fingiéndose quienes son,
ocupados en los grandes asuntos de sus pequeños escenarios;
solo poner parches, etiquetas a las cosas.
Este es tu nombre, esta es tu nacionalidad por siempre.
Esta es la propiedad de la única casa que puedes habitar,
este es el sexo que te toca,
el código de convivencia,
de las reglas, sopena de ostracismo
este es el credo de tus hijos,
este por siempre, tu trabajo.
Y dicen redundando:
esta es nuestra realidad,
la mejor en el mundo, la posible;
¡hasta la infame maquina etiquetadora etiquetan!
Luego la contemplación de sus obras,
su mundo perfecto rotulado sin sentido…
Entonces, recuerdo la fuerza de cada segundo,
que transcurre para mí.
De elegir mi trabajo,
del número de hijos,
a mi propio cristo,
a decir adiós al gran teatro del mundo,
de escoger el sentido de mi Patria,
el del derecho a mis propios nombres,
del poder real que otorgo,
en cada cosa que creo…
Ahora, ahora, ahora.
El mundo es infinito e innombrable.