Bardo: Ernesto Wong García
Cántame, Musa, la cólera de aquella
hembra: Lucía Milán, revendedora
de felpas, y de su proveedora
Lili Mantilla, de la Alta Habana,
cuya pasión indigna y provinciana
en la Posteridad dejó su huella.
Corría aquel noviembre de pandemia,
de precios reordenados, y Lucía
a encontrar fue un anuncio que decía:
«Vendo felpitas, paquetes de cincuenta».
Curtida como estaba en compraventa,
vio la ocasión que Fortuna le ofrecía.
«¡Qué de felpitas!», pensó. «Esta es la mía.
Voy directico al PV, que el tiempo apremia.»
Como era de esperar, fue en el PV que
conoció a Lili Mantilla, de Alta Habana.
Comprole a ciento ochenta en la cubana
moneda cada un de los paquetes:
veinte en total. Y envió al mozalbete
de Ernesto, esposo fiel, a hacer el trueque.
Nunca sabremos, ¡oh, Musa!, los portentos
que acontecieron a Ernesto en el camino.
Pero, al volver, tuvo Lucía el tino
de computar diligente las felpitas.
¡Ay, horror! ¡Ay, pesadumbre! ¡Ay, cuita!
¡Pues de los veinte paquetes que traía,
dos de ellos cincuenta no tenían,
sino cuarenta y nueve!
¡Linchamiento!
¡Estafa! ¡Timo! ¡Deshonor tamaño!
Lucía no cabía en sí de furia.
A la plaza se fue a colmar de injurias
a la Lili Mantilla, de Alta Habana.
La llamó «estafadora», «tránsfuga», «fulana»;
«payasa» la llamó y le echó en cara
no haberla indemnizado; todo para
advertir a los incautos de su engaño.
Pero el Hado es cruel y entonces quiso
que por ataques e insultos la bloquearan;
que, mancillado su honor, la silenciaran
y que sufriera así su ultraje enmudecida.
La de Mantilla, camajana de esta vida,
a la querella haciendo caso omiso,
subió los precios y, sobre el occiso
cadáver del honor de la Lucía,
hoy vende los paquetes todavía,
sean de cuarenta y nueve o de cincuenta.
Que os sea leve, Milán, la vil afrenta.
Perdón pedisteis; Ernesto está contento.
Partís ahora hacia Rusia en un intento
por olvidar vuestros pesares en la estepa.
Que de la infamia el ruso pueblo nunca sepa;
que os dé en paquetes próximos la cuenta.
¡Que jamás os falten, Lili, las clientas!
¡Que el éxito os colme, señorita,
para que, cuando sople una tormenta,
no quede ningún moño sin felpita!